La coherencia moral e intelectual de Octavio Paz correspondía a su libertad. Su palabra no obedecía a ninguna cofradía ideológica -para evocar un término que Paz lo tomaba de la institucionalidad de la Nueva España-, fuera académica o proveniente de un puesto público. Su palabra era guiada por la inteligencia y la búsqueda de la verdad. Sus ensayos eran correspondencias en su sistema de saber que recorrían los tiempos cruzados de Oriente y Occidente. Ahora a la distancia se extraña en el dominio público sus intervenciones apasionadas y guiadas por la libertad. En La conjura de los letrados escribe Paz:
Antes de entrar en materia debo tratar un punto que me atañe. No es una queja sino un desahogo y, más que un desahogo, un refrigerio, un alivio. Hace unos días cumplí setenta y ocho años. Comencé a publicar mis escritos hace sesenta. Desde entonces, no sé si por destino o por mi temperamento (carácter es destino, dice Heráclito) me he encontrado en la minoría. No lo lamento: nadar contra la corriente fortalece el ánimo y rejuvenece el espíritu. Movido por el entusiasmo o por la cólera, por lealtad a lo que pienso que es justo y verdadero o por amor inmoderado a las inciertas ideas e inestable opiniones de los hombres, he participado en muchas polémicas y disputas. Nací en un siglo batallador y en un acerbo país de peleas encarnizadas. No me arrepiento. Tampoco me envanezco: sé que hubiese sido mejor gastar esas horas conversando con un amigo, con un libro o con un árbol [...] (Vuelta, 1992: 9-14)
Paz era ante todo un poeta comprometido con la palabra, el lenguaje y la libertad.
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